10 mar 2013

La barra de la esquina


Supongo que no es casual que siempre me haya gustado tanto la película “la barra de la esquina” con Alberto Castillo y su posterior remake de los años ´70 “Los muchachos de mi barrio” con Palito Ortega como protagonista. Estas contaban las andanzas de un grupo de jóvenes vecinos de un mismo barrio y con distintas y variadas historias personales, que compartían alegrías y amarguras en una esquina de la boca. Los años pasan, los jóvenes crecen, y cada uno sigue su camino. Finalmente muchos años mas tarde algo los vuelve a reunir y no es el Facebook.
Yo tuve mi barra de la esquina, no fue hace tanto, apenas unos 25 años. Nos reuníamos en la esquina de Nicaragua y Acevedo (hoy Armenia) en el barrio de Palermo, justo frente a la plaza que vimos construir cuando dábamos los primeros pasos en el colegio primario. Éramos muchos cuando estábamos todos y siempre caía alguno nuevo.
Si bien solíamos deambular por distintos establecimientos del barrio, ahí estaba el punto de encuentro, justo en las escalinatas de una casa, en ese entonces a medio construir. No se quien eligió ese lugar, supongo que fue para diferenciarnos de los grupos que copaban la Plaza Campaña del Desierto, como ser los muchachos de la barra de River, los amigos del Negro Victor, o los de la murga “Los elegantes de Palermo quienes ensayaban en temporada de carnavales con sus levitas rosadas llenas de lentejuelas.
A metros de este lugar se encontraban las casas de Karina “La Quesera” y Karina “Pastora”, en el medio de ambas y sin lógica alguna emplazada como una casa mas de la cuadra la calesita del barrio. La barra femenina se completaba con Faby, la hija rebelde de la enfermera del barrio,capaz de tener un séquito de muchachos rogandole un beso,  la rubia y delicada Vanina, Andy, Sonia, Maria Elena, poseedora del mismo registro de voz que Patricia Sosa y cantante de mi primer banda de rock, y La Negra Alejandra, chica de armas tomar y archienemiga de Pastora, a quien por robarle un novio incrusto de bruces en la tierra de un cantero, mientras la sostenía de su cabellera ondulada y le propinaba insultos diversos, mientras el resto de las chicas la victoreábamos , con clara aprobación a la declaración de derechos sobre la propiedad privada.
La parte masculina de la barra estaba definitivamente más poblada y en su mayoría integraban el equipo de fútbol del "Club Eros", los principales arrancadores de suspiros femeninos eran: Cristian U., claro está que no hablo del payaso mediático ganador de Gran Hermano, sino del original e inimitable hijo del imprentero, Pato, también llamado Christian y apodado así por su ídolo Filliol, Fabuchi, aficionado al dibujo y poseedor una cabellera de rubios rulos que su madre dominaba con gomina,   Javi,  rebelde con causa y el primero en cortarse el pelo como Mr. T,  “El Chino”, otro Cristian que aunque no era chino de verdad lo parecía y su papa tenia un súper, eso si, mucho antes que los chinos pusieran súper. El Cabezón Leandro, propietario de un pulóver de punto ingles de última moda y poseedor de una sensibilidad y dulzura proporcional a su rusticidad, capaz de convencer a todas las chicas de la barra de asistir a su fiesta de cumpleaños con pollera y tacos. Fernando, que a pesar de vivir lejos se tomaba el colectivo los sábados para ver a su amor imposible Pastora, Condorito, apodado así por su parecido al personaje de historietas chilenas y fanático de Kiss, Hetitor, excéntrico roquero desde chico y reconocido por su incipiente acné  y finalmente Topo y Zuca, virtuosos futbolistas que se comportaban como gemelos a pesar de siquiera ser hermanos.
La actividad comenzaba en las primeras horas de la tarde cuando terminaba el horario del colegio e indefectiblemente se pasaba por la plaza para ver si había alguien. La Negra se aparecía de uniforme gris enroscado en la cintura para que quede mas corto y palo de Hockey en mano, mientras el resto cargaba mochilas y Walkman con música a todo lo que da, en el de las chicas podía oírse a las Viudas, los Twist o el compilado de “refrescos musicales”, mientras que los chicos deliraban con Iron Maiden, V8 y Kiss.
Las tardes era común pasarlas en el Pool que se encontraba en Costa Rica casi Malabia, tenía una extraña mesa con paño rojo y sus buchacas eran cabezas de león talladas en madera dispuestas a tragase vorazmente las bolas. En el fondo una rocola que a pesar de estar llena de vinilos, no dejaba de tocar “Pipas de la paz” de Paul Mc Cartney.
El lugar elegido para las travesuras era el local de Gioconda, quedaba sobre Nicaragua y estaba atendido por una distraída señora que jamás se daba cuenta cuando los varones del grupo le sustraían algún souvenir para regalarle a las chicas.
Las salidas grupales dependían del efectivo disponible, las opciones variaban entre ir a comer tostados con licuado de banana servido en jarra plástica en el “Pingüino de Palermo”, ubicado en Paraguay y Serrano, ir a la matinee de “San Francisco Tramway” en Araoz y Santa Fé, o un viaje en subte al centro, visitar la “Galeria Nazi” de Lavalle al 600, tal vez una entrada al cine y como broche de oro un Mobur en el  Pumper Nic de Florida y Lavalle.
Los sábados a la mañana el lugar elegido era la casa de la Negra, yo me rateaba a mi clase de guitarra en la Parroquia San Francisco Javier de Serrano y Costa Rica, donde la mayoría asistía a “Perseverancia”, y con los Australes de la cuota compraba en el kiosco de diarios de Guatemala y Serrano la revista Toco & Canto, el resto del dinero lo aportaba a la vaquita para comprar Sándwiches de miga en la panadería “Alimar” atendida por las gallegas, donde solíamos encontrarnos con Pipo Chipolatti.
De ahí directo a la casa de los Barreiro, una de las pocas familias que aceptaba adolescentes revoltosos, seguramente mucho tenía que ver el hecho que tenían 4 hijos y el griterío de niños era una constante. Alicia, la mamá, atendía el bufette del colegio Santa Rita de Serrano y Nicaragua, mientras que el padre de familia, apodado “Acuaman” (por ser poseedor de un Fairline Bordeaux muy mal de chapa, que parecía un barco por su tamaño) se dedicaba a la fotografía y era seguramente el único en todo Palermo en tener una video reproductora Betamax y solo 2 películas para ver, ambas de Olmedo y Porcel. Cabe destacar que en esa época, principio de los ´80, las niñas de familia menores de 18 tenían prohibido ver “ese tipo de películas”, obviamente en la soledad de la casa lo primero que hacíamos era sentarnos frente a la tele sándwich en mano…  el resto del tiempo tocábamos la guitarra o jugábamos ping pong en el Atari.
Los limites de nuestro territorio llegaban hasta Plaza Italia, donde se encontraba un Sacoa pequeño atiborrado de maquinas y chicos, la disquería y los puestos de artesanos de la “feria Hippie” donde comprábamos colgantes con cuarzo, pulseritas tejidas con el nombre, chapas identificatorias y aros con perforación de oreja incluida.
Pero siempre volvíamos a nuestra esquina, porque era nuestra y todos lo sabían. Un día nos invadieron los actores y equipo técnico de un programa infanto juvenil llamado “Chicas y chicos” que emitía ATC, e intentaba emular los conflictos de nuestra generación. Este programa protagonizado por Nancy Anca y Pepe Monje con dirección de Máximo Soto, y que paso por la historia de la tele argentina sin pena ni gloria, se instalo en nuestra esquina durante varias semanas. No nos perdimos ni un día de grabación, nuestra mirada estaba atenta a todo lo que pasaba y comentábamos indignados lo mal que hacían las cosas las actrices que tenían embobados a los varones , en el fondo, todos teníamos la fantasía de ser elegidos como extras.
En aquellos días teníamos las hormonas revolucionadas y estábamos aprendiendo a vivir en libertad, no solo la libertad de la adolescencia, sino la de un país en democracia.
No se cuando nos fuimos separando, pero sin darnos cuenta no nos vimos mas. Cada uno siguió su camino y al igual que la historia de las películas un día nos volvimos a encontrar, y en nuestro caso si fue el Facebook el que obro el milagro.
Algunos murieron demasiado jóvenes, los que quedamos estamos cambiados y nos emocionamos con las fotos y los recuerdos. Hay quien tiene más memoria y quien prefiere olvidar algunas cosas, pero en todos y cada uno, esta vivo el recuerdo de la barra de la esquina.

Dedicada a la memoria de: Maria Elena Sánchez, Fabian Ardito, Pablo Grosso
 y el Gordo Monzón