Don Francisco Roverano, era un
inmigrante Italiano. Casado con Doña Teresa y padre de 4 varones, Ángel,
Pascual, Pedro y Vicente. Instalado en Bs. As. se dedicó a la venta de relojes,
negocio próspero que le permitió montar una pequeña confitería familiar.
Allá por el 1850 la familia ya era
dueña de varios locales, entre ellos la Confitería del León. La misma estaba ubicada en
la actual Bartolomé Mitre, entre Esmeralda y Suipacha. Al tiempo y producto de
lo próspero de sus negocios, esta se muda a un local más grande en la esquina
de Suipacha y Rivadavia, frente de la recientemente creada Compañía del Gas. Dicho local fue el que ocupara anteriormente
el primer Café Tortoni.
En 1872 la confitería que tenía
11 faroles a gas en su entrada, convirtiéndose en la pionera con esta
característica, lo que le permitía estar abierta hasta entrada la noche, fue
protagonista de las crónicas policiales cuando el del 29 de enero, Enrique
Ocampo se tomara unas copas para juntar coraje y dirigirse a Barracas a
asesinar a Felicitas Guerrero y posteriormente quitarse la vida. Este trágico hecho
le dio mas prensa al lugar, incrementando la concurrencia.
En 1882 la famosa “Confitería del
Gas” como se la conocía popularmente, se convierte en el primer local iluminado
con lámparas eléctricas. (El fondo de comercio fue vendido en 1909 por los Hnos
Juan y Angel Marini, sucesores de Pascual Roverano a Pedro Nani. Manteniendo el
nombre funcionó hasta mayo de 1961 y en abril de 1964 se demolió el histórico
edificio convirtiéndose el predio en la Plaza Roberto Art).
En 1876, el Cabildo colonial era utilizado como
palacio de tribunales y los abogados de la época pululaban por las
inmediaciones a montones. A los hermanos Ángel y Pascual les pareció una buena
idea incursionar en otros rubros y convertir la confitería Monguillot, también
de su propiedad y que compartía medianera con el cabildo, en un moderno pasaje
comercial que constara en la planta baja de una galería de 50 metros con locales
destinados a oficinas de alquiler para los letrados, y en la parte trasera y
primer piso habitaciones destinadas como viviendas de alquiler.
En 1880 y con el pasaje terminado y en próspero funcionamiento, la familia decide iniciar un nuevo proyecto. Es así como
pensando en el descanso final de sus padres, deciden encargar a escultores de Génova en Italia, una bóveda para ser instalada en el cementerio de la Recoleta. La misma íntegramente
de mármol, con la figura de un inmigrante italiano al frente parado sobre un
barco, fue traída en partes y montada en la parcela. Contra todo pronóstico, y
apenas terminada la obra, fue tristemente inaugurada por los hermanos Pedro,
fallecido en 1882 con 48 años y Vicente en 1885 con 33.
En 1888, Torcuato de Alvear,
primer intendente de Buenos Aires, encarga al ingeniero civil Juan Antonio
Buschiazzo el comienzo los trabajos de
apertura de la Avenida
de Mayo. La avenida pasaría entre las calles Rivadavia y Victoria (hoy Hipólito
Yrigoyen), siendo expropiadas y demolidas las construcciones que se encontraran
en su trazado. Una de las primeras en verse afectadas era, precisamente, el
Pasaje Roverano, que perdería buena parte de su frente, obligándolos a adaptar
lo que antes había sido su fondo, con una nueva fachada de estilo francés para
tener acceso por la nueva Avenida de Mayo
Los hermanos, a los cuales el
dinero no les faltaba, decidieron ceder gratuitamente 135 m² de su terreno a la Municipalidad , pero
exigieron que se indemnizara a los inquilinos que habitaban los cuartos que
serían demolidos, con la suma equivalente a varios meses de alquiler para que
pudieran encontrar nuevo alojamiento. Este gesto les valió un reconocimiento
del intendente Federico Pinedo, quien les entregó una medalla el 9 de julio de
1894. Reconocimiento que sus padres no pudieron ver ya que En agosto de 1891
Francisco fallece. Presa de una enorme tristeza, a los 19 días le sigue su
esposa Teresa.
Ante tanta prematura partida y viéndose inesperadamente sobrepasada la capacidad de la bóveda, Ángel decide encargar al escultor Italiano Leonardo Bistolfi y demás profesionales de la arquitectura y orfebrería, todos venidos especialmente de Europa, la construcción de un nuevo panteón más grande. Para ese entonces recoleta no contaba con espacio para realizar la ampliación, por lo que decide construirlo en el flamante y espaciosos Cementerio del Oeste (actual Chacarita). El nuevo recinto al que se trasladarían los restos, tendría espacio donde albergar a toda la familia incluidos el y Pascual, quien apenas a un año de comenzada la obra en 1901 fallece.
De la bóveda de Recoleta tanto las esculturas de mármol como piezas de arte, Ángel decide donarlas en 1907 al entonces recién creado Museo nacional de Bellas Artes (también donó una gran cantidad de pinturas de su colección privada, en su mayoría provenientes de París). El inventario nunca fue realizado y la bóveda vacía y en ruinas permanece actualmente en el mismo lugar.
En 1912, Ángel único sobreviviente de la familia y poseedor de una incalculable fortuna, decide reconstruir su maltrecho pasaje. Con ese fin contrató al arquitecto Eugenio Gantner, un francés que también intervino en el diseño de la Sinagoga de la Congregación Israelita de la República Argentina y entre otras obras en la dirección de la construcción de la casa central del Banco Francés en la ciudad de Buenos Aires.
En 1915 y mientras seguían las obras de reconstrucción, que constaban en agregar tres subsuelos y seis pisos, con una superficie cubierta total de 6.250 m2 sobre un lote de 748 m2. (Sobre la avenida, el frente se extiende 17,20 metros y 16,20 metros sobre H. Yrigoyen) Solicita una autorización para realizar una conexión directa, tanto desde los ascensores como desde la imponente escalera de mármol, con la estación Perú del subte A. Como una suerte de devolución de favores por la donación de terrenos realizada años atrás, el permiso es concedido rápidamente.
La imponente obra terminaría en
el año 1918, convirtiéndose no solo en el único pasaje en conectar con el
subterráneo, sino también en el primero peatonal entre dos calles. Sus columnas
de Onix, su herrería de bronce y vidrieras de cristales redondeados al estilo
Europeo, servirían de inspiración para la posterior construcción de los Pasajes
Urquiza Anchorena y Barolo.
Un año más tarde, en 1919 se
culmina la construcción del panteón Roverano en Chacarita. La obra final le habría costado a Ángel un millón de pesos de aquella época (para entonces,
algo así como 500.000 dólares que equivalían al valor de 300 autos Ford modelo
A).
Tan solo 12 meses después Ángel fallece
sin dejar descendencia ni obras pendientes de culminación.
En su testamento deja explícito que una vez consumada su muerte, la bóveda habría de ser clausurada. Para ello,
las puertas laterales que conducían al interior del sepulcro - allí tendrían
que ser arrojadas las llaves una vez cerradas - debían ser amuradas con piedra
negra pulida, con el fin que nunca nadie pudiera ingresar a su última morada.
Tras su muerte, los parientes
Italianos herederos de sus bienes, no cumplen con este pedido. Tal vez porque ignoraban
la verdadera razón del pedido.
Cumplidos 10 años de la
reinauguración del pasaje, el nombre de Ángel seguía presente en el inconsciente colectivo de la ciudad. Esta vez no por aquella obra, sino por el valor de la
construcción del panteón, que con el correr de los años y a raíz de las
especulaciones sobre su contenido, se convirtió en un mito que la comparaba con
los sepulcros de los faraones egipcios.
En 1928 la historia del valor de
la suntuosa bóveda era publicada en el diario Brooklyn Daily Eagle Newspaper.
La noticia no tardó en llegar a Bs. As. y reavivó la discusión.
En 1929 el periodista Ernesto de la Fuente de la revista caras y caretas develaría el misterio publicando un extenso relato con fotografías, que abría conseguido al ingresar con la ayuda cómplice de un cuidador del cementerio.
Pero qué secreto encerraba la bóveda además de los cuerpos de la familia entera? Mientras en su fachada exterior el mausoleo se veía austero y poco atractivo, cuyo ingreso daba a una superficie de granito coronada por un alto relieve de mármol. Junto a este último, una figura femenina de bronce representaba el dolor y una columna griega partida indicaba una muerte joven o vida interrumpida.
Ingresando por las puertas de hierro macizo, escaleras de mármol conducían al subsuelo donde yacen los seis sarcófagos de mármol veteado de los Roverano; Para sorpresa de los exploradores, los mosaicos de las paredes, que acompañan el descenso eran de oro macizo en un 90% y un 10% por otros mosaicos del mismo tamaño pero de colores diversos, que formaban figuras al combinarse con el brillo de las paredes. Oro puro y reluciente que, con su tercio de milímetro de espesor, cubrían los muros y la cúpula de aquella sala de descanso sagrado. Sobre la pared y al costado de cada sarcófago, un medallón de cobre bruñido conserva la efigie de quien allí descansa. En el centro de la amplia bóveda subterránea, sostenida por columnas de mármol y cuyo piso es del mismo material, se destaca la figura en bronce de una mujer desnuda y arrodillada, que simboliza la desesperación.
Luego de la publicación y develado el misterio, la historia se fue diluyendo en el tiempo.
En la actualidad el mausoleo se
encuentra notablemente deteriorado. El acceso está tapiado por seguridad y
debido al abandono. No se sabe si su interior fue saqueado a lo largo de los
años o permanece el oro intacto como en 1929.
De su paso por esta vida, la obra más importante de Angel y su familia, fue su original pasaje. Testigo
silencioso de la historia, por el transcurrieron innumerables hechos y
circularon cientos de personajes.
Desde Antoine de Saint-Exupéry,
que retiraba correspondencia para ser trasladadas en su monoplano hacia la Patagonia , pasando por
Ricardo Balbín que usaría una de las oficinas para realizar la alianza con el
justicialismo llamada “La hora del pueblo”,
hasta Jorge Bergoglio (Papa
Francisco) quien fue habitúe de la peluquería y el restorán.
A pesar del paso del tiempo, la
historia (Durante la dictadura militar y a causa de artefactos explosivos, en
los subsuelos se pueden notar ausencia de puertas originales y reparaciones en
la mampostería) y las remodelaciones posteriores (En la actualidad el edificio
cuenta con un piso más en lo alto, siendo un total de 7 pisos y fue proyectado
por el arquitecto Esteban Fermín Sanguinetti) el nombre de los Roverano sigue
presente en la ciudad y vinculado a la belleza y el arte que dejaron como legado.
A cambio de eso, Ángel solo pidió
descansar en paz junto a los suyos y que el último le cierre la puerta.