Seguramente alguna vez escuchaste la historia del Chalet construido en la terraza de un edificio de Sarmiento y Cerrito, cuyas ventanas miran hacia el obelisco. O la de la pista de autos que funcionaba en la terraza del Antiguo Palacio Chrysler en Av. F. Alcorta 3399. Quizás te enteraste de la nueva tendencia de construir huertas o jardines donde antes se tendía la ropa. Pero decime, con una mano en el corazón, alguna vez escuchaste sobre una aldea Africana construida en una terraza de San Juan y Alberti en San Cristóbal?
A Marcos Filardi desde muy chico lo impresionó el ver
la hambruna etíope que se transmitía en vivo y directo por la tele a mitad de
los 80. Las fotos de los niños de su edad, desnutridos, de piel negra y grandes
ojos saltones lo llenaban de preguntas sin respuestas. La cifra de más de un
millón de muertes en un año por desnutrición lo inquietaba. ¿Porqué hay gente
que muere de hambre? Ese interrogante lo persiguió por años, hasta que en 2006,
con 26 años y una mochila al hombro, emprendió
un viaje por 18 países de África que duró un año y medio. En ese entonces ya tenía un título en abogacía y
experiencia laboral en temas relacionados a Derechos Humanos. Él necesitaba ver
con sus propios ojos, esa realidad lejana que lo acosaba.
De regreso a Buenos Aires, en 2008, Marcos propuso abrir un seminario en la UBA
sobre el Hambre y el derecho humano a la alimentación adecuada, y se convirtió por
nombramiento durante 5 años en Tutor de infantes
y adolescentes africanos refugiados y solicitantes de asilo. Llegó a tener a bajo su cuidado 300 niños, en su mayoría llegados como polizones en barcos provenientes
del Oeste del África, donde se encuentran Senegal, Burkina Fasso, Ghana y
Nigeria entre otras.
Marcos se fue involucrando cada vez más con aquellas
almas y su cultura, y en uno de los locales que formaban parte del edificio de
la casa familiar, creó un espacio de encuentro afro, destinado a reuniones de
la colectividad que fomentaran el preservar a pesar de la lejanía la cultura y
raíces de niños y adultos.
En 2016 nuevamente tomo su mochila y emprendió un
nuevo viaje, esta vez por la república argentina. Lo llamo “el viaje por la
soberanía alimentaria” y lo mantuvo durante un año recorriendo los lugares más
olvidados de Argentina y con realidades en algunos casos similares a las vistas
en África.
El viaje sin dudas lo marcó y a su regreso sintió que
no podía volver a su vida habitual.
Junto a un grupo de personas afines a sus intereses
sobre DDHH y soberanía alimentaria, creó el “Museo del Hambre” que funciona en
el lugar del espacio afro y su fin es “convertir al hambre en un objeto de
museo”, y para hacerlo, se ofrece como un lugar de encuentro por la soberanía
alimentaria. En la actualidad el museo junto a trabajadores de la tierra y
vecinos del barrio colaboran activamente con alimentos para abastecer los
comedores populares de la comuna 3 a la cual pertenecen geográficamente, como
así también es base para que los
Senegaleses organicen colectivamente la
asistencia alimentaria a su comunidad en tiempos de pandemia.
Pero Marcos, también necesitaba un cambio en lo
personal. Tenía que optar por seguir con su trabajo “oficial” o largar todo y
dedicarse a ejercer la abogacía al servicio de los más vulnerables. La
respuesta ya estaba escrita desde hacía años.
En su nueva vida laboral abundante en retos y escasa
en ingresos económicos, decidió construir en la terraza de la casa familiar su
lugar para vivir.
La amplia terraza
le permitía edificar un departamento de dos o tres ambientes, con
parrilla, quincho y lugar para armar una pileta. Sin embargo y coherente a su
experiencia vivida y su vinculación con áfrica, optó por el minimalismo, pero
no cualquier minimalismo. Marcos quiso recrear una pequeña Tiébélé como le
gusta llamarlo, haciendo referencia a una aldea de Burkina Fasso al oeste de África.
Para esta epopeya se sumaron muchas manos amigas
formando varias “mingas”, término que se denomina para llamar a las jornadas de
trabajo colectivo.
Lo primero fue calcular estructuralmente lo viable del proyecto, ya que en áfrica el clima es seco, de pocas lluvias y las columnas de sostén están enterradas en el suelo. Lo siguiente la colaboración de una empresa de La Plata especialistas en quinchos que armó en 3 días la estructura de troncos amurados al suelo y el montado del techo de pajas traído desde Entre Ríos. Para el siguiente paso hubo que esperar un tiempo, el necesario como para que los zorzales construyan su nido en el interior de la estructura, pusieran sus huevos y nacieran sus pichones.
Lo primero fue calcular estructuralmente lo viable del proyecto, ya que en áfrica el clima es seco, de pocas lluvias y las columnas de sostén están enterradas en el suelo. Lo siguiente la colaboración de una empresa de La Plata especialistas en quinchos que armó en 3 días la estructura de troncos amurados al suelo y el montado del techo de pajas traído desde Entre Ríos. Para el siguiente paso hubo que esperar un tiempo, el necesario como para que los zorzales construyan su nido en el interior de la estructura, pusieran sus huevos y nacieran sus pichones.
El diseño de la Bio-Construcción estuvo a cargo de Thurma y Sabina de la organización Tierra Raíz. Las chicas trajeron amigas y con la colaboración de una cooperativa que armó los bloques de tierra aligerada, con adobe, paja y ladrillos fueron moldeando con sus manos las paredes de la choza. Con las paredes terminadas las aves se fueron, pero el nido permanece intacto en el interior, es un nido, dentro de un nido.
Por otro lado el artista plastico Julian Zacarias y la muralista Chilena Catalina Cabrera quien había estado en Burkina Fasso trabajando y aprendiendo las técnicas, fueron los encargados de pintar todas las paredes de la terraza con diseños étnicos. Los murales tienen un sentido y una historia detrás, por un lado con colores tierra, simbología referente al cultivo, máscaras tribales usadas en rituales de cosecha y representaciones de la energía masculina y femenina, por otro lado y mirando hacia la avenida, dibujos que refieren a la parte costera, con colores vividos y representaciones de animales. En lo alto el tanque de agua, y en el un gran collage ilustrado por Luca Varaschini y realizado por alumnos del taller de mosaiquismo del museo, dictado por Alejandrina Filipuzzi. La obra cuenta la leyenda tradicional africana de “cómo comenzó el tiempo”.
El paisaje se completa con un sector de huerta, otro con plantas florales y árboles frutales, entre ellos un banano, un jardín de mariposas y un espacio reservado para un pequeño gallinero.
Con más de 2 años de iniciado el proyecto, todavía no
está terminado, faltan el baño seco, el revestimiento exterior y otros detalles
que no impiden que Marcos la habite y cada noche desde su silla de madera y con
“olor a verde” mire el cielo y se pierda
entre las estrellas, pensando en los lugares que le faltó conocer.
Desde la vereda de enfrente, algún transeúnte que se
le ocurrió mirar hacia arriba, al ver un león de colores en la pared y un techo
de paja que se camufla entre las ramas verdes de los árboles, imagina que allí funciona un salón de
fiestas.
Más de una vez, algún osado toco el timbre para preguntar.
Más de una vez, algún osado toco el timbre para preguntar.
Nadie se imagina que allí vive Marcos, un Abogado idealista de 40 años, con una sonrisa afable y mirada clara, que quizás todavía no pudo responder todas sus preguntas, pero seguro que desde su pedacito de áfrica en San Cristóbal, trabaja todos los días para hacerlo.