Supongo que no es casual que siempre me haya
gustado tanto la película “la barra de la esquina” con Alberto Castillo y su
posterior remake de los años ´70 “Los muchachos de mi barrio” con Palito Ortega
como protagonista. Estas contaban las andanzas de un grupo de jóvenes vecinos
de un mismo barrio y con distintas y variadas historias personales, que
compartían alegrías y amarguras en una esquina de la boca. Los años pasan, los
jóvenes crecen, y cada uno sigue su camino. Finalmente muchos años mas tarde algo
los vuelve a reunir y no es el Facebook.
Yo tuve mi barra de la esquina, no fue hace
tanto, apenas unos 25 años. Nos reuníamos en la esquina de Nicaragua y Acevedo
(hoy Armenia) en el barrio de Palermo, justo frente a la plaza que vimos
construir cuando dábamos los primeros pasos en el colegio primario. Éramos
muchos cuando estábamos todos y siempre caía alguno nuevo.
Si bien solíamos deambular por distintos
establecimientos del barrio, ahí estaba el punto de encuentro, justo en las
escalinatas de una casa, en ese entonces a medio construir. No se quien eligió
ese lugar, supongo que fue para diferenciarnos de los grupos que copaban la Plaza Campaña del Desierto,
como ser los muchachos de la barra de River, los amigos del Negro Victor, o los
de la murga “Los elegantes de Palermo quienes ensayaban en temporada de
carnavales con sus levitas rosadas llenas de lentejuelas.
A metros de este lugar se encontraban las casas
de Karina “La Quesera ”
y Karina “Pastora”, en el medio de ambas y sin lógica alguna emplazada como una
casa mas de la cuadra la calesita del barrio. La barra femenina se completaba
con Faby, la hija rebelde de la enfermera del barrio,capaz de tener un séquito de muchachos rogandole un beso, la rubia y delicada
Vanina, Andy, Sonia, Maria Elena, poseedora del mismo registro de voz que Patricia
Sosa y cantante de mi primer banda de rock, y La Negra Alejandra, chica de armas tomar y archienemiga de Pastora, a quien por robarle un novio incrusto
de bruces en la tierra de un cantero, mientras la sostenía de su cabellera
ondulada y le propinaba insultos diversos, mientras el resto de las chicas la victoreábamos , con clara aprobación a la declaración de derechos sobre
la propiedad privada.
La parte masculina de la barra estaba
definitivamente más poblada y en su mayoría integraban el equipo de fútbol del "Club Eros", los principales arrancadores de suspiros femeninos
eran: Cristian U., claro está que no hablo del payaso mediático ganador de Gran
Hermano, sino del original e inimitable hijo del imprentero, Pato, también
llamado Christian y apodado así por su ídolo Filliol, Fabuchi, aficionado al
dibujo y poseedor una cabellera de rubios rulos que su madre dominaba con
gomina, Javi,
rebelde con causa y el primero en cortarse el pelo como Mr. T, “El Chino”, otro Cristian que aunque no era
chino de verdad lo parecía y su papa tenia un súper, eso si, mucho antes que
los chinos pusieran súper. El Cabezón Leandro, propietario de un pulóver de
punto ingles de última moda y poseedor de una sensibilidad y dulzura
proporcional a su rusticidad, capaz de convencer a todas las chicas de la barra
de asistir a su fiesta de cumpleaños con pollera y tacos. Fernando, que a pesar
de vivir lejos se tomaba el colectivo los sábados para ver a su amor imposible
Pastora, Condorito, apodado así por su parecido al personaje de historietas
chilenas y fanático de Kiss, Hetitor, excéntrico roquero desde chico y
reconocido por su incipiente acné y finalmente Topo y Zuca, virtuosos
futbolistas que se comportaban como gemelos a pesar de siquiera ser hermanos.
La actividad comenzaba en las primeras horas de
la tarde cuando terminaba el horario del colegio e indefectiblemente se pasaba
por la plaza para ver si había alguien. La Negra se aparecía de uniforme gris enroscado en la cintura para que quede mas corto y palo de Hockey
en mano, mientras el resto cargaba mochilas y Walkman con música a todo lo que da,
en el de las chicas podía oírse a las Viudas, los Twist o el compilado de “refrescos
musicales”, mientras que los chicos deliraban con Iron Maiden, V8 y Kiss.
Las tardes era común pasarlas en el Pool que se
encontraba en Costa Rica casi Malabia, tenía una extraña mesa con paño rojo y
sus buchacas eran cabezas de león talladas en madera dispuestas a tragase
vorazmente las bolas. En el fondo una rocola que a pesar de estar llena de
vinilos, no dejaba de tocar “Pipas de la paz” de Paul Mc Cartney.
El lugar elegido para las travesuras era el
local de Gioconda, quedaba sobre Nicaragua y estaba atendido por una distraída
señora que jamás se daba cuenta cuando los varones del grupo le sustraían algún
souvenir para regalarle a las chicas.
Las salidas grupales dependían del efectivo
disponible, las opciones variaban entre ir a comer tostados con licuado de
banana servido en jarra plástica en el “Pingüino de Palermo”, ubicado en
Paraguay y Serrano, ir a la matinee de “San Francisco Tramway” en Araoz y Santa
Fé, o un viaje en subte al centro, visitar la “Galeria Nazi” de Lavalle al 600,
tal vez una entrada al cine y como broche de oro un Mobur en el Pumper Nic de Florida y Lavalle.
Los sábados a la mañana el lugar elegido era la
casa de la Negra ,
yo me rateaba a mi clase de guitarra en la Parroquia San Francisco Javier
de Serrano y Costa Rica, donde la mayoría asistía a “Perseverancia”, y con los Australes de la cuota compraba en el kiosco de diarios de Guatemala y Serrano
la revista Toco & Canto, el resto del dinero lo aportaba a la vaquita para
comprar Sándwiches de miga en la panadería “Alimar” atendida por las gallegas,
donde solíamos encontrarnos con Pipo Chipolatti.
De ahí directo a la casa de los Barreiro, una
de las pocas familias que aceptaba adolescentes revoltosos, seguramente mucho
tenía que ver el hecho que tenían 4 hijos y el griterío de niños era una
constante. Alicia, la mamá, atendía el bufette del colegio Santa Rita de
Serrano y Nicaragua, mientras que el padre de familia, apodado “Acuaman” (por
ser poseedor de un Fairline Bordeaux muy mal de chapa, que parecía un barco por
su tamaño) se dedicaba a la fotografía y era seguramente el único en todo
Palermo en tener una video reproductora Betamax y solo 2 películas para ver,
ambas de Olmedo y Porcel. Cabe destacar que en esa época, principio de los ´80,
las niñas de familia menores de 18 tenían prohibido ver “ese tipo de películas”,
obviamente en la soledad de la casa lo primero que hacíamos era sentarnos
frente a la tele sándwich en mano… el
resto del tiempo tocábamos la guitarra o jugábamos ping pong en el Atari.
Los limites de nuestro territorio llegaban
hasta Plaza Italia, donde se encontraba un Sacoa pequeño atiborrado de
maquinas y chicos, la disquería y los puestos de artesanos de la
“feria Hippie” donde comprábamos colgantes con cuarzo, pulseritas tejidas con el nombre,
chapas identificatorias y aros con perforación de oreja incluida.
Pero siempre volvíamos a nuestra esquina,
porque era nuestra y todos lo sabían. Un día nos invadieron los actores y
equipo técnico de un programa infanto juvenil llamado “Chicas y chicos” que emitía
ATC, e intentaba emular los conflictos de nuestra generación. Este programa
protagonizado por Nancy Anca y Pepe Monje con dirección de Máximo Soto, y que paso
por la historia de la tele argentina sin pena ni gloria, se instalo en nuestra
esquina durante varias semanas. No nos perdimos ni un día de grabación, nuestra
mirada estaba atenta a todo lo que pasaba y comentábamos indignados lo mal que hacían
las cosas las actrices que tenían embobados a los varones , en el fondo, todos teníamos la fantasía de ser elegidos
como extras.
En aquellos días teníamos las hormonas
revolucionadas y estábamos aprendiendo a vivir en libertad, no solo la libertad
de la adolescencia, sino la de un país en democracia.
No se cuando nos fuimos separando, pero sin
darnos cuenta no nos vimos mas. Cada uno siguió su camino y al igual que la
historia de las películas un día nos volvimos a encontrar, y en nuestro caso si
fue el Facebook el que obro el milagro.
Algunos murieron demasiado jóvenes, los que
quedamos estamos cambiados y nos emocionamos con las fotos y los recuerdos. Hay
quien tiene más memoria y quien prefiere olvidar algunas cosas, pero en todos y
cada uno, esta vivo el recuerdo de la barra de la esquina.
Dedicada a la memoria de: Maria Elena Sánchez,
Fabian Ardito, Pablo Grosso
y el Gordo Monzón
y el Gordo Monzón
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