A veces sueño con la esquina donde morí esa
tarde de invierno. Si bien mi reincorporación a la vida fue casi inmediata, en
mi brusco levantarme y echarme a correr, olvide llevarme algunos trozos de mi
espíritu, que quedaron ahí mismo sobre el pavimento. Creo que fue por el susto
al reaccionar y verme rodeada de ojos adultos observando mi cuerpo inerte
tendido en aquel cruce de calles y escuchar los murmullos que especulaban el
destino de mi suerte.
Pobres los adoradores de las necrológicas, se
quedaron con la ganas.
Las charlas de las vecinas en el almacén de
Enrique, tuvieron que limitarse a un “pero no le pasó nada”, cuando claro está serían
mucho más entretenidas si narraran mi muerte.
Primero contarían la escena de mi madre y hermanos
tirados en la calle rasgándose las vestiduras, de cómo en el velorio
aparecerían aquellos parientes maternos que no se veían hace años, en la tienda de Macario, las matronas de la
cuadra se preguntarían por los de mi padre, si es que quedaba alguno vivo.
Luego vendría el responso en chacarita, donde
seguramente asistirían las maestras y los compañeritos del colegio de la calle
Serrano, arrastrados por sus madres, las cuales agradecerían al altísimo no ser
ellas quienes estuvieran pasando por tal desgracia, y posteriormente el
entierro, donde docenas de manos ocupadas con tierra estéril, arrojarían al unísono
y con furia el último adiós al angelito difunto.
Pero todo no terminaría ahí, mientras la casa de
Gurruchaga 1360 y sus habitantes tendrían que vestir un riguroso luto con una
duración minima de 3 meses, sería imperiosa la necesidad de reconstruir
verbalmente los hechos y saber si la culpa fue del conductor o mía, si habría
juicio y posteriormente cárcel o le pagarían a la familia, porque en realidad,
que bien le vendrían unos pesos a la madre, que desde que enviudó sostiene sola
la casa y como tiene varios trabajos le falta tiempo para cuidar a los hijos,
aunque los varones son mas grandes y se cuidan solos, pero la chiquita, estaba
todo el día jugando en la calle y era cantado que le iba a pasar una desgracia…
Seguramente de tamaña noticia se enterarían
hasta los vecinos de Villa Crespo, que con el afán de participar en la
desgracia, forzarían su memoria a mas no poder tratando de recordar de donde me
conocían o se cruzaron con algún pariente, acaso el hijo de la prima del cuñado
del dueño del Timón, no iba al colegio con el hermano?
Sin duda la mejor parte del relato la darían
los padres de los chicos que jugaron con migo esa tarde, los cuales en su
carácter de “testigo privilegiado” y su papel de niños asustados y llorosos, se
le confundirían las cosas y solo la madre seria capaz de interpretar los dichos
del pequeño traumado por semejante acontecimiento. Ellas serian las encargadas
de aclarar si fue accidente o imprudencia, si volé 2 metros o me arrastro el
paragolpes, si era camión o camioneta, si el conductor huyo o se bajo al
instante, si hubo sangre o simplemente morí en el acto.
Luego de que todas las especulaciones hubiesen
sido dichas, se hubieran repasado hasta el infinito como ocurrieron los hechos
y en el barrio sucediera otro caso de similares o mayores características, es
que se dejaría de lado el tema para enterrarlo en el olvido. Pasado esto, solo
se me mencionaría como referencia a otro acontecimiento o para identificar a
algún miembro de mi familia.
Los aniversarios de mi muerte solo serían
recordados por los familiares mas allegados, seguramente mi madre me llevaría
flores de tela o plástico al nicho, el cual seria ideal se encontrara en la
galería 21 cerca de mi abuelo y mi padre, y mis hermanos dirían en vos alta “hoy
hace 32 años que se murió mi hermanita”.
Mis sobrinos tendrían una tía virtual de la
cual no sabrían nada, tampoco podrían imagíname más allá de los 8 años y
estarían libres de comparaciones odiosas a la hora de definir sus gustos y
preferencias.
En Facebook mis compañeros hasta cuarto grado
preguntarían si alguien se acuerda de mi y como morí. Una foto del curso en
blanco y negro aparecería en el grupo de la escuela N° 23 Dr. José María Bustillo,
con una etiqueta llena de signos de pregunta sobre mi cara. Marisi, el cual
estaría vivo porque el trauma de mi muerte y la sobreprotección de la madre, lo
harían más cauteloso para manejar el coche con el que se mato, contaría que era
él, de quien yo me escondía tras un auto mientras contaba hasta cien. Su
hermana me recordaría tirada en el cruce de Niceto Vega y Gurruchaga en el
barrio de Palermo y donde fuera la esquina de su casa.
Yo, que a veces sueño con esa esquina donde
morí una tarde de invierno, y solo paso por ahí en muy pocas oportunidades, me soñaría estando en mi casa, entera de
espíritu, sentada frente a una PC y
escribiendo esta historia.
muy buena
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EliminarMuchas gracias por seguir acompañando mis relatos. salute
ResponderEliminarlamento lo que te paso...pero que relato genial! es indudable que hay algo magico en la combinacion de genes Bazan-Carpintero!!
ResponderEliminarjajjajajja, quizás si no hubiera muerto en esa esquina...
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