Parece que a fines de los años ´20, el guapo mas
temido en Villa Crespo era un tal Ferreira. De contextura física robusta,
traje, chambergo, pañuelo y facón le hacia de guardaespaldas a uno de los
caudillos del barrio. Dicen que el hombre se tomaba tan enserio su papel, que
mientras recorría los comités y los bares cercanos a San Bernardo, amedrentaba
a quien se le cruzara en el camino. Poco a poco su fama de matón fue creciendo
y se rumoreaba que nadie podía con el.
En ese entonces los “duelos criollos” a la vera del Maldonado – y elegían este lugar
por ser descampado – eran frecuentes, los motivos casi no importaban - deudas
de juego, viejos resentimientos, alguna palabra mal interpretada, desacuerdos
políticos o alguna mujer en disputa - lo importante era afianzar el coraje
varonil.
Demás esta decir que el duelo a muerte era
penado con la cárcel o el destierro social, en caso que la policía no llegara a
tiempo para arrestar al vencedor, por lo que los duelos eran a “primera sangre”
y en lo posible dejando cicatrices en un lugar vistoso como
ser el rostro, cosa que el derrotado no olvidara nunca al vencedor.
A Ferreira por su fama no muchos se le
animaban, los que no eran sus sequitos simplemente miraban para otro lado al
verlo pasar no sea cosa que los retara a duelo. Un buen día, el carnicero del
barrio se cruzo en su camino y por algún motivo que no queda claro Ferreira lo
reto, al susodicho no le quedo más remedio que aceptar. Así fue como se
encaminaron a un descampado y seguidos por sus acompañantes y público casual, sacaron
sus cuchillos para disponerse a pelear. El Guapo empuñaba su facón de plata y
el humilde contrincante el cuchillo que usaba diariamente en la carnicería para
faenar reces, Ferreira nunca evalúo la destreza en el manejo de la herramienta de trabajo, que en un abrir
y cerrar de ojos cerceno su mano por completo de una sola cuchillada. Así fue
como el hábil carnicero al ver volar la mano derecha de Ferreira aferrada al
puño del cuchillo, se dio media vuelta y se perdió en la inmensidad de la noche
bordeando el arroyo de regreso a la carnicería. Y ahí quedo el malevo, abatido
y en busca de su miembro en los pastizales, pronto los absortos espectadores
alumbrando con fósforos el suelo, lo
ayudarían a buscar por el puro morbo de hallar tan escabroso trofeo.
Pero la fama ya estaba echada y a pesar de que
los vecinos cambiaran su apodo de “guapo” a “manco” Ferreira seguía intimidando
con la frente alta y su muñón en el bolsillo. Claro está que su arma ya no era
un facón, esto debido a que junto con su derecha se fue la destreza para el
manejo del mismo, por lo que el arma tubo que ser reemplazada por un revolver
que guardaba del lado izquierdo del saco y cada tanto sacaba por el solo hecho
de asustar.
Un buen día,
se encontraba tomando una ginebra en un almacén esquinera en Thames y
Triunvirato, cuando ve entrar a un parroquiano que no le gustaba que anduviese por el barrio,
así que con determinación exhibió su revolver como era de costumbre y
con vos firme le ordeno que no volviera mas por Villa Crespo, el hombre
amenazado lejos de de acatar la orden del manco, saco su revolver y sin mediar
palabra, a manera de respuesta disparo dos tiros y se marcho.
Dicen los que saben que en ese preciso momento
nació una leyenda, y que al afamado guardaespaldas ya no le dirían ni “guapo” ni “manco”, desde ese momento seria
llamado “el difunto Ferreira”.
Tango "El Titere" Piazzola/Borges
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